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Cuando vender tu casa se siente como jugar “chico paralizado”

¿Alguna vez jugaste chico paralizado o 1, 2, 3 pescao cuando eras niño?

Seguramente sí. Casi todos crecimos jugando alguna versión de este juego: alguien se ponía al frente contando en voz alta, y los demás trataban de avanzar sin que los descubrieran moviéndose. Si el del frente volteaba y te veía, tenías que quedarte completamente inmóvil para no quedar “pescao”.

Hace poco, mientras pensaba en las conversaciones que tengo con personas mayores de 45 que están considerando vender su casa después de muchos años, me vino a la mente este juego. Me di cuenta de lo mucho que se parece a lo que viven cuando llega el momento de cerrar un ciclo importante de vida y dejar atrás una propiedad llena de recuerdos.

El miedo que paraliza

En el juego, todos avanzan poco a poco hacia la meta. Pero basta con que el que cuenta voltee para que todos se congelen, aunque sea por segundos.
En la vida adulta, ese “momento de quedarse quieto” se parece mucho a los miedos que enfrentamos.

Si alguna vez has considerado vender la casa en la que crecieron tus hijos, donde pasaste décadas de tu vida, sabes a qué me refiero. Quieres avanzar hacia un nuevo capítulo, pero de pronto llegan pensamientos como:

  • ¿Y si me arrepiento después?
  • ¿Y si mis hijos piensan que estoy borrando su historia?
  • ¿Y si vendo y luego no encuentro un lugar donde me sienta en paz?

Esos pensamientos son como el “¡1, 2, 3 pescao!”: te hacen detenerte de golpe, quedarte paralizado, aunque en tu interior quieras seguir avanzando.

Miedos controlados vs. miedos que controlan

Hay miedos sanos y necesarios. Igual que cuando cruzamos la calle y miramos a ambos lados antes de dar el paso. Ese miedo nos protege.
Pero también hay miedos que controlan: los que no te dejan tomar una decisión que en el fondo sabes que necesitas. Esos son los que aparecen cuando piensas en vender tu casa y abrir un nuevo capítulo.

Y lo curioso es que esos miedos no siempre tienen que ver con el dinero o la transacción en sí. Muchas veces son más profundos: miedo a soltar, a perder identidad, a sentirte “desarraigado”.

El valor de reconocer la etapa que termina

Si tienes más de 45 años, probablemente tu casa guarda capítulos enteros de tu historia:

  • la habitación que decoraste cuando nació tu primer hijo,
  • la mesa donde celebraste cumpleaños y navidades,
  • las marcas de crecimiento en una pared,
  • los sillones gastados del balcón donde se dieron las mejores conversaciones.

Reconocer que un ciclo terminó no significa olvidar esos recuerdos, sino darles el lugar que merecen y abrir espacio para lo que viene. Igual que en el juego, no se trata de quedarte congelado para siempre, sino de saber cuándo dar el próximo paso.

Los sueños escondidos detrás de la decisión

Aunque el miedo grite fuerte, casi siempre detrás hay un sueño que empuja.
Muchas de las personas con las que hablo me dicen cosas como:

  • “Quiero simplificar, ya no quiero mantener una casa tan grande.”
  • “Me ilusiona mudarme más cerca de mis hijos o nietos.”
  • “Sueño con tener la libertad de viajar sin tantas responsabilidades.”
  • “Deseo un espacio que refleje quién soy ahora, no quién era hace 20 años.”

Ese sueño es la verdadera meta al final del juego. Aunque el camino se interrumpa por pausas de miedo, el deseo de avanzar sigue ahí.

Palabras que pesan como piedras

En este proceso, muchas veces aparecen voces externas que, sin querer, duelen más que ayudan:

  • “¿Cómo vas a vender la casa donde criaste a tus hijos?”
  • “Yo nunca haría eso, qué error.”
  • “Te vas a arrepentir.”

Esas frases son como las muecas del que está al frente en el juego, intentando que pierdas el equilibrio y quedes fuera. La realidad es que nadie más ha vivido tu historia. Nadie más sabe lo que significa para ti este momento.

La decisión de vender tu casa no borra lo vivido. Tú sigues siendo la misma persona con la misma historia y con la capacidad de crear nuevas memorias.

Lo que realmente permanece

Una casa puede cambiar de dueño. Una llave puede perder su utilidad. Pero lo que permanece son tus recuerdos, tu carácter, tus valores y tu capacidad de seguir construyendo vida.

Lo único que nunca cambia es que los ciclos de la vida están llenos de comienzos y despedidas. La diferencia es cómo los enfrentamos: con miedo que paraliza o con confianza que impulsa.

Cómo avanzar sin quedar paralizado

Aquí algunas ideas para que este proceso sea menos abrumador:

  1. Reconoce tus emociones. Está bien sentir nostalgia. No intentes tapar lo que sientes.
  2. Despídete intencionalmente. Haz un ritual: toma fotos, escribe una carta de gratitud, invita a tu familia a una cena especial en la casa.
  3. Visualiza tu nueva etapa. Piensa en lo que ganarás, no solo en lo que dejas. Haz una lista de los beneficios que traerá este cambio.
  4. Rodéate de apoyo. Habla con personas que comprendan tu situación y busca profesionales que te guíen en lo práctico.
  5. Recuerda tu porqué. Cada vez que el miedo aparezca, vuelve a tu motivo principal: simplificar, acercarte a la familia, viajar, vivir con más paz.

El juego no termina hasta que llegas a la meta

Cuando éramos niños, nunca dijimos: “Mejor me quedo quieto porque seguro me van a cachar”.
¡No! Seguíamos avanzando, aunque nos tocara detenernos mil veces. Esa es la misma actitud que necesitas hoy.

Vender tu casa no es el final, es solo un nuevo “turno” en el juego de tu vida. Y así como en la infancia dabas todo por llegar a la meta, ahora también puedes dar pasos firmes, aunque a veces el miedo te obligue a pausar.

Reflexión final:
Si estás en ese momento de cerrar un ciclo y vender tu propiedad, recuerda que el miedo es solo una pausa, no una sentencia. Tú decides si te quedas paralizado o si avanzas hacia la meta de un nuevo comienzo.

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